En México buena parte de la vida se hace en el interior de las cantinas. Aunque con el paso de los años muchas de estas tabernas mexicanas han colgado el cartel de cerrado, muchas otras han resistido al paso de las décadas. Las hay incluso que han celebrado ya los 100 años, y que son toda una institución histórica y cultural.
Todas tienen en común el mismo espíritu y servicio, aunque las hay para todos los gustos: elegantes, clásicas, modernas y algunas que son completos antros de mala muerte.
Sea como fuere, está claro que entrar por primera vez en una cantina es sumergirse de lleno en una subcultura totalmente nueva, que poco a poco va metiéndose dentro y así, cuando menos te lo esperas, estás brindando a grito pelado con el desconocido de al lado, cantando y compartiendo la dicha o la desdicha.
Y es que cualquier motivo es válido para caerse a tragos en la tierra del tequila. Celebrar una buena nueva, llorar el mal de amores, olvidar un mal día en el trabajo, o ahogar la frustración personal a punta de mezcal.
Fotografía del compañero Paco de Futuro Bloguero.
El noble oficio de tabernero sigue intacto a pesar del tiempo, y digo noble porque engloba a partes iguales psicología, paciencia y dedicación. Desde consejeros amorosos, a atentos observadores, y por supuesto expertos en la escucha activa, siempre ofrecen unas sabias palabras de ánimo.
Recordando a los bares del viejo y salvaje oeste, las cantinas parecen sacadas de una película del mejor western. Nada más llegar te invitan a entrar con una puerta giratoria, haciéndote sentir cual forajido; y una vez dentro no esperes encontrar cowboys, aunque sí que habrá sombreros mexicanos, incluidos los charros.
Este desfile de clichés nunca termina. La cantina es tal y como seguramente la imaginas antes de visitarla. Iluminación escasa, un despliegue de botellas a espaldas del mesero, ruido… Y en las más auténticas hasta agujeros de bala en las paredes o alguna cucaracha subiendo los muros.
Las más antiguas tienen canal bajo la barra, donde antaño los caballeros descargaban todo el alcohol ingerido, y muchas ni siquiera tienen baño, al menos para las mujeres, con suerte los hombres tienen un reducido espacio junto a la puerta. Atrás quedaron aquellos tiempos en que se prohibía la entrada de chicas en estos locales. Ahora la gran mayoría son mixtos.
No te quedes con la primera impresión, toca iniciar la aventura. Acércate a la barra, y comienza el ritual cantinero: un tequilita, brindis, otro tequilita, algún verso de alguna canción, más tequila… sin miedo, sin vergüenzas.
La atmósfera lúgubre de la cantina ayuda en esta labor, mientras ríos de tequila, mezcal y caballitos (tequila blanco, granadina, agua de azahar y jugo de naranja) van animando el cotarro. A los lamentos de unos se unen los cantares de otros, cómo no, a ritmo de ranchera, que es la banda sonora de toda cantina.
“Estoy en el rincón de una cantina, oyendo una canción que yo pedí. Me están sirviendo ahorita mi tequila. Ya va mi pensamiento rumbo a ti… ¿Quién no sabe en esta vida, la traición tan conocida, que nos deja un mal amor? ¿Quién no llega a la cantina exigiendo su tequila y exigiendo su canción?”
Ésta, como muchas de las canciones del gran José Alfredo Jiménez, y de otros artistas del país, se entonan chupito en mano a pleno pulmón.
No hay un solo mexicano que no conozca al menos alguna de las letras de este compositor. Las rancheras de Jiménez han traspasado fronteras. Eso facilita la integración del turista. Da igual de donde seas, aquí te convertirás, por un rato, en uno más.
La ruta de las cantinas en Guanajuato:
1. Dolores Hidalgo
José Alfredo Jiménez nació en uno de los cinco pueblos mágicos del estado de Guanajuato, en el centro de México. Ese pueblo es Dolores Hidalgo. Y su cantina preferida, la que más frecuentaba, era “El Incendio”, ubicada en la Calle Jalisco, 23.
El local, donde se inspiraron muchas de las melodías de este grande de la música, está lleno de historia y tradición, y se ha hecho famoso también por ofrecer su propio mezcal artesanal, el “Pierde Nalgas”.
Desde el año pasado la Oficina de Turismo de Dolores Hidalgo organiza, con motivo de la celebración del Festival en honor a José Alfredo Jiménez, una ruta por las cantinas del pueblo. Junto a “El Incendio”, se visitan también “El Faro”, “El Triunfo” y “La Hiedra”.
El recorrido es amenizado por un grupo de mariachis, llevando al visitante de cantina en cantina, embriagándolo a base de chupitos.
2. San Miguel de Allende
No muy lejos de allí, a tan sólo unos kilómetros, se ubica una de las ciudades más bonitas de todo México, San Miguel de Allende. Su arquitectura colonial y sus empedradas y coloridas callejuelas comparten protagonismo con sus famosas cantinas.
La más antigua, “El Manantial”, abierta en 1920; la más cinematográfica, “La Cucaracha”, también llamada “La Cuca”, fundada en 1947, que ha sido escenario de varias obras del séptimo arte y por ella han pasado artistas como Rita Hayworth o Anthony Quinn.
A ellas se suman también “El Tenampa”, “La Coronela”, “La Única 21” y “El Gato Negro”, ésta última de las más auténticas que tendrás la suerte de encontrar. Poco frecuentada por turistas, incluso poco visitada por los locales, es de esos antros que merece la pena descubrir.
Jesús del blog Vero4Travel.
3. Guanajuato ciudad
Si nos vamos hasta Guanajuato ciudad, es visita obligada el Famoso Bar Incendio (FBI), fundado en 1917 en los alrededores de la Plaza del Baratillo, aunque posteriormente se traspasó a la calle de Cantarranas.
También “Los Barrilitos”, “Aquí me Quedo”, “Bar Fly”, “Bar la Antigua”, “Bar Inundación” y el tradicional “Bar Luna”.
En cada una de estas cantinas hay un trozo de alma de José Alfredo Jiménez. Así que en cualquier punto de tu ruta cantinera, pon el vaso bien en alto y brinda por el rey entonando su más famoso verso: “Con dinero y sin dinero hago siempre lo que quiero, y mi palabra es la ley. No tengo trono ni reina, ni nadie que me comprenda, pero sigo siendo el rey”.
Qué de historia y de historias guardan estos lugares. Cuántos desamores se habrán llorado y cuántas alegrías se habrán celebrado. Está claro que aquí el objetivo no es otro que beber, así es México. Como dice el dicho: “Para todo mal mezcal, y para todo bien, también”.
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Qué bien contado! qué fotos más chulis! qué alegría desprendes cuando invitas a conocer una cantina! qué recuerdos! una de las mejores experiencias viajeras de mi vida; un placer compartirla contigo!!!!!
besazo!!
Ire
Qué bien lo pasamos nena!! la verdad es que fue de lo más auténtico y divertido del viaje jejeje Hay que repetir aunque sea de bares y tapas en vez de cantinas y mezcal jeje un besote mi bella!!!