El jueves por la noche llegue a Marrakech y la verdad es que me encanta la ciudad. Más allá del calor sofocante que nos azota, la vida y la magia que desprende la ciudad es incomparable. Turística como la que más, si, pero sobre todo limpia, llena de ritmo, color, música y olores.
Españoles por doquier, turistas de todas las nacionalidades, especialmente europeos, un comercio bastante agresivo pero atrayente y una comida estupenda. Esto es Marrakech. Quizás no es la ciudad más barata, puede que incluso sea la más cara, no lo se, pero sigue siendo asequible para cualquier bolsillo.
Durante el día, el calor dificulta las rutinas, endurece las actividades turísticas y trae consigo mayor calma y espacio. Aquí no hay tregua. Ni siquiera la sombra es tu amiga. Sólo el ventilador es tu aliado y buscas fatigada el que con agua pulverizada consigue calmar tu calor. Porque, seamos realistas, el aire acondicionado se dibuja en tu mente como una ilusión óptica, una alucinación producida única y exclusivamente por tu deseo de que por un instante no tengas que renunciar a muchas de las comodidades con las que vives cada día.
Con la caida del sol la ciudad se transforma y ahí es cuando aflora lo mejor. Luces, bullicio, música… La noche en el centro es, sobre todo, vida. Y así, como mismo se ve en los catálogos de las agencias de viajes, Marrakech es todo eso y mucho más… Peleas entre comerciantes, piropos a cada paso, chistes en español que se repiten en cada esquina, desconocidos que se sientan juntos a la mesa…
En definitiva, como cada viaje, es aprendizaje, es dejar de lado momentáneamente tu modo de vida para conocer otros. Así qué, cómo era de esperar, cuanto más tiempo paso en el país (ya son 25 días), más percibo los contrastes, más entiendo la cultura y más disfruto de mi experiencia.
Relato de otros viajeros #postamigo