Desligarse de lo material, ahondar en el alma y en los pensamientos, tratando de alcanzar la armonía espiritual, desgarrando las cadenas del cuerpo con lo mundano y prestando atención a uno mismo, a los demás… Así es como he entendido el ramadán. Mas allá de las cuestiones religiosas, que no soy capaz de entender o compartir, el ramadán supone la búsqueda de la propia interioridad.
Durante diez días lo he vivido de cerca, observando cómo cambia la cotidianidad de toda una ciudad y de cada familia. Despertarse después de las 12 del día no está mal visto, pues antes de las 3 o 4 de la mañana es raro irse a la cama, además prácticamente todo el mundo está de vacaciones. No hay café ni té mananero, las familias no se sientan a la mesa a comer, los trabajadores que están en la calle desde bien temprano tampoco beben agua, combaten el calor con una gran fuerza de voluntad. Sin embargo, se nota el mal humor, se notan las prisas y sobre todo el recogimiento. Los que pueden, permanecen en casa, en familia, entre descanso y oraciones.
Ya cuando el atardecer va dejando paso a la noche suena la campana y se anuncia que ya el ayuno ha finalizado. Son las 19.30 horas y todo el mundo está ya ante la mesa, las familias al completo. Las mujeres han estado cocinando durante horas para preparar una abundante y deliciosa cena, con comida muy variada y rica. Tras este copioso banquete los fumadores pueden ya poner fin a su abstinencia. Sin embargo, nada de alcohol, pues aunque algunos musulmanes beben, no lo hacen durante el ramadán ni tampoco antes, porque el alcohol permanece en sangre.
Las mujeres cuando están con la menstruación pueden comer y beber, de hecho lo hacen, pero en la intimidad del hogar, no en la calle ni en restaurantes.
Desde la cena y hasta las 4 de la madrugada todo el mundo puede seguir comiendo. De hecho, es común irse a la cama y poner el despertador a las 3 a.m. para la ultima comida antes de comenzar un nuevo día de ayuno.
Mientras, los no musulmanes seguimos con nuestras rutinas, pero tratando de ser discretos a la hora de comer, beber o fumar en la calle. Uno de los días yo me olvidé y cogí un dulce del bolso y me lo fui comiendo por la calle… Con una chilaba puesta!!! Hasta que me di cuenta de cómo me miraba todo el mundo escandalizado!! pensarían que era marroquí jejeje menudo apuro!! pero bien que nos reímos cuando llegamos a la casa y lo contamos.
En general, me ha encantado vivir el ramadán, pero ciertamente deseaba ya que terminara, para que se restableciera la actividad normal, y para que ponerse un pantalón corto no resultara ofensivo…
Pero cuando el momento llegó, jamás me hubiera imaginado tanto cambio. Caminar por La Corniche era como estar en mitad de una macro manifestación. Gente, gente y mas gente… pocas veces se ve algo tan asombroso, quizás en Times Square y en sitios muy turísticos de grandes ciudades. Fue increíble. Todo ello aderezado de un cierto aire de desconfianza y de inseguridad, pues tampoco logré sentirme muy cómoda con tanta gente por la calle.
Ahora que el ramadán ha terminado, me toca vivir la vida cotidiana y normal de Marruecos. Viajar es aprender y esta aventura mía esta siendo sin duda un gran aprendizaje.
Si los viajes nos dejan algo, sin duda son aprendizajes. A seguir aprendiendo! Saludos viajeros.
Graciassss! Cierto, y esta forma de viajar, no tan turística tiene muchos aspectos positivos! Nos enriquecen como personas y nos abren la mente!