Perderse en otra cultura, adentrarse en un laberinto de misticismo y reconvertir el concepto de compras… Así se siente uno cuando visita el zoco de Marrakech. Pese a ser mi cuarto o quinto zoco en este país, por primera vez he sentido esa magia que sólo lo desconocido, lo nuevo y diferente, te puede dar. Quizás sean sus caprichosas ramificaciones laberínticas, que se entrecruzan con calles más anchas y principales, quizás sea su abundancia en colores, olores, sonidos y calores, o quizás sea ese aire antiguo, que en ocasiones raya lo ruinoso… Sea cual sea el motivo, lo cierto es que transporta a ese otro mundo que el visitante anhela cuando decide venir a Marruecos.
El corazón de la Ciudad Roja, este gran zoco y la siempre viva plaza Jamaa el Fna, late con una intensidad envolvente, que aumenta a medida que el sol y el calor se van desvaneciendo. Miles de personas inundan cada rincón del que sin duda es el mayor atractivo de Marrakech.
Visita ineludible, pone a prueba las habilidades negociadoras de quienes se adentran en el, así como su paciencia para sobrellevar a los cientos de vendedores que se abalanzan con la esperanza de hacer una buena venta. A esto hay que añadir también la resistencia al calor, a las multitudes humanas y a la impotencia que genera la pérdida del sentido de la orientación. Cuando todo esto se supera, e incluso se disfruta, como es de esperar, se convierte en una experiencia mágica, al tiempo que interesante.
Como en los demás zocos, se puede encontrar de todo, y si se regatea bien se pueden hacer buenas compras, aunque sigue siendo más caro que comprar en los zocos de Agadir o en Casablanca.
#Postamigo
Viajamos juntos – el caos de Marrakech tradicional
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